De la ligereza

La ligereza, viene a decir Lipovetsky, es la tendencia dominante en el espíritu de nuestra temporada (Marx habría dicho: es la ideología de nuestra temporada) y se manifiesta en todos o bien prácticamente todos los aspectos del planeta occidental. De las artes plásticas a la industria de la energía, de la informática a las prácticas consumistas, de la educación al deporte y el cultivo del cuerpo, de la tecnología a la medicina, del diseño a las relaciones íntimas, de los imaginarios colectivos a las fantasías individuales, el espectro de la ligereza, la miniaturización, la provisionalidad, la liberación de todas y cada una de las ataduras, la evanescencia, la frivolidad y la virtualidad recorre Occidente como expresión de deseos, aspiraciones, sueños, esperanzas y utopias. La ligereza es «un valor, un ideal, un imperativo»: estamos en la civilización de lo ligero.

En el terreno de la vida personal, la primera modernidad era pesada, moralista y rigorista, procuraba compromisos y también imponía obligaciones. La última modernidad ha desencadenado una revolución liberadora que no obstante presenta una doble cara. Por una parte se identifica por la busca y el cultivo de la libertad individual, la comodidad, la indiferencia, lo cool, la relajación interior. Mas por otro tiene contrapartes peligrosas. Los individuos precisan sentirse libres, mas asimismo desean establecer vínculos. El resultado de esta tensión es una sofocación que no cesa. Tampoco cesan, ya antes bien medran, la incultura de los estudiantes, las agresiones y faltas de respeto rutinarias, la desinformación de los medios de información, la inmoralidad de los representantes públicos, el número de suicidios, los neofascismos disfrazados de progresismos, la distancia económica entre pobres y ricos. Y estamos solo en los principios.