El colorín afligido

3 jóvenes señores belgas —un príncipe, un escultor y un rico comerciante— emprenden un viaje al sur de Europa, a Nápoles. Estamos a fines del XVIII. El pretexto de la visita es un conocido fabricante de guantes que vive en Santa Lucia con sus hijas, la filosofía es la del Grand Tour… De esta manera comienza la novela, con una impronta que va a marcar toda la narración: trasparencia y misterio… El aire que se respira es ligero, alegre, de sublimada ópera bufa; el trasfondo, pura tiniebla metafísica. Cada una de las figuras es un hilo de una trama mareante, que corta el resuello: trama de pasiones y oscuros y alusivos sufrimientos, de visiones y magias, de acontencimientos y personas que cambian de semblante y de sentido conforme se multiplican. Creemos, al comienzo, enmarañarnos en una confusión de historias humanas, muy humanas —en una novela «que trata de Amores y de Asesinos»—, que se marchan complicando con intrigas naturales y sobrenaturales. «Las datas, en esta larga historia a múltiples voces, o bien voces distintas, no coincidían, mas nada coincidía, bien mirado, en el conjunto de estos relatos o bien versiones de una memoria familiar tan limítrofe con las habladurías, tan anormal en lo que se refiere a virtudes reales, señal de que había una patraña básica, y muchos añadidos de la imaginación a su meollo.» Entre verdad y patraña, entre personajes que cobran cuerpo, se convierten o bien se difuminan, reina incuestionable doña Elmina, una figura de mujer tierna y patética, atormentada por el Colorín; este, al comienzo víctima de siniestros juegos infantiles, pronto se muestra omnipotente y omnipresente, tirando de los hilos de las extrañas vidas. En palabras de su editor italiano Roberto Calasso, «su voz está destinada a durar en la psique de quien tiene la ventura de oírla. Y de esta forma va a ocurrir, aguardamos, con esta novela».