El diablo

Prácticamente todo en Tsvietáieva es rememoración. Y, no obstante, los «recuerdos» de niñez que recoge este libro solo en parte admiten el adjetivo «autobiográficos». No es que falten en ellos las datas o bien los nombres, mas no semejan escritos tras la infancia, desde la perspectiva del adulto. Hay acá algo más que la solidaridad y el reconocimiento mutuo de 2 instantes vitales: Tsvietáieva no habla de aquella pequeña, sino es esta pequeña, Musía, que se presenta ante nosotros sin disfrazar sus motivos. De ahí, quizás, el tono afirmativo, en ocasiones arrogante, que se apropia de sus relatos, mas asimismo la inexorable mirada con que asiste a su historia (fielmente, mas sin piedad). Tsvietáieva no mitifica su niñez en el los pies en el suelo del término. No la ve como un reino inmanente, aproximadamente sagrado, y no se recrea sentimentalmente en ella: su niñez no es una niñez perdida. Lo que cuenta de ella ocurre en un entonces específico y, por poner el caso, simbólico. Sus relatos muestran un pedazo de historia y, al unísono, un pedazo de mitología personal: el canto lírico y el piano, que dividen la vida en familia en 2 cotos antagónicos… el de la primera esposa del padre y sus hijos, y el de la segunda y los suyos…; la muerte de la madre, Moscú a la vuelta del siglo, el paje de la baraja, las flagelantes, Napoleón, la poesía, el diablo… ¿El demonio? Si bien Tsvietáieva declara: «No afirmaré nada que no haya sucedido», sus biógrafos acostumbran a decir que sus rememoraciones están infestadas de imprecisiones y acontencimientos inventados. Mas, de nuevo, misma nos advierte: «Hasta los 4 años, conforme testimonio de mi madre, afirmaba solo la verdad; después, obviamente, reaccioné». ¿Primera muestra de una vocación literaria? Quizás, mas asimismo franca convidación. Admitámosla y dejemos que caiga sobre nosotros el hechizo de la niñez, puesto que «no es preciso explicar al pequeño nada; al pequeño es preciso hechizarlo», como al lector.