El farol del diablo

En las noches oscuras puede verse en el campo una luz en la distancia. Los lugareños se horrorizan y escapan entre rezos y santiguos: saben que es un ánima que no ha purgado sus penas, que prosigue en el planeta de los vivos. A esa luz, la llaman el farol del demonio.

María Fernanda Carnicer es médica. En la urbe de Corrientes, en los primeros años del siglo XX, no es frecuente ni está bien visto que una mujer se dedique a la medicina. Ciertos, aun, en voz baja, la tildan de sanadora.

Juan de Dios Ferrase es mestizo y pertenece a la alta sociedad. Esta inhabitual conjunción provoca el rechazo de los ámbitos más conservadores. A él poco semeja importarle; tampoco le importan los susurros que lo culpan de la incomprensible desaparición de su prometida días ya antes de la boda.

Dos personas marcadas por las habladurías, en exactamente la misma urbe, semeja ineludible que se hallen, que se cuiden entre sí, que se asocien, que se enamoren. Juntos, deciden poner distancia de esa urbe que los juzga y trasladarse al campo.